Hace unos días se celebraba ARCO en Madrid. Me consta que han sido unas cuantas personas las que se han conmovido incluso hasta llegar a una experiencia cumbre en el entorno de esta Feria, habiendo descubierto quizá por primera vez su intensa y hermosa sensibilidad ante el arte, pero también muchas personas, con Altas Capacidades o no, experienciaron dolor, desagrado profundo, ante algunas de las obras expuestas, no queriendo visitar de nuevo aquel entorno hostil a su delicada sensibilidad.
Comentaba en una entrada más antigua, el modo de acercarse al arte de las pinturas negras de Goya que tuvo Haneke y, en esta ocasión, querría que nos preguntáramos, ¿qué diferencia a una persona altamente sensible de otra que no lo es, a la hora de tener una experiencia estética sublime?
C. S. Lewis en su magnífico libro “La experiencia de leer”, establece una comparativa entre distintos tipos de lectores que, de algún modo, creo puede extrapolarse al arte pictórico. También reflexiona sobre el uso que la mayoría y la minoría de las personas hacen de las obras pictóricas. Detengámonos en ello por unos instantes.
La diferencia entre lo que un cuadro es y lo que un cuadro representa… ¿a qué damos más importancia? Según Lewis, la mayoría “usa” el cuadro, se fija en lo que representa y en si le produce excitación, admiración… aspectos que, desgraciadamente, desaparecerán una vez comprado o nos hayamos desplazado a otra sala. Cada persona lo usa según su estado anímico o necesidades de ese momento, pero cuidado, porque nuestros prejuicios, experiencias previas…pueden jugar una mala pasada a lo que la propia obra de arte es.
Algunas personas más “entendidas”, logran diseccionar la obra de arte y, sobre todo, exponer a los demás aquello que han descubierto, pero… lamentablemente, no han encontrado el alma. Una clave sería que, por desgracia, tan sólo un cadáver puede ser diseccionado…
Sin duda, sería mucho más enriquecedor para el espectador y justo o respetuoso para la obra, no usar el cuadro, sino “recibirlo”. Algo que no supondría pasividad, pues, a través de su contemplación, se lograría que la persona fuera más allá de sí misma (experiencia cumbre) y no habría servido, sin más, para extraer de la persona algo que ésta ya tenía dentro de sí.
Cuando la obra de arte es “recibida”, “la forma creada por el artista determina el comportamiento de nuestra sensibilidad, de nuestra imaginación y de otra serie de facultades.” Si la obra es “usada”, se convierte en “un mero auxiliar para el ejercicio de nuestras propias actividades”, es decir, el usar el arte no nos enriquece, no aporta nada a nuestra vida, sólo produce emociones pasajeras, no crecimiento personal, no una conexión con la grandeza humana y todo aquello que nos excede como personas.
Resulta difícil diferenciar, cuando tratamos de la intensidad y la alta sensibilidad emocional, cómo nos estamos posicionando ante una obra de arte y, también, si sabemos elegir el modo de hacerlo según nuestro objetivo en cada momento, o es algo incontrolable, que no depende de nosotros, sino más bien del artista, las características de la propia obra, o de nuestro habitual funcionamiento cognitivo-emocional. Sin embargo, es posible aprender a discriminar y llevarlo a la práctica, pero, para cada uno de vosotros, lectores, el proceso será diferente, y habréis de esforzaros por encontrarlo.
Parece indudable que, aquellas personas con menor sensibilidad artística o estética podrán con mayor facilidad no confundirse en esto, ya que se darán por satisfechas tras un entretenimiento pasajero por el museo, exposición, concierto…; siguiendo a Lewis, “…nunca se les ocurriría esperar más que eso de cualquier obra de arte. No van al cine para aprender, sino para descansar. Si alguien les preguntara si lo que han visto modifica de alguna manera sus opiniones acerca del mundo real, les parecería absurdo. ¿Acaso son tontos? Habladles no del arte; sino de la vida –chismorread con ellos, regatead con ellos-, y veréis lo astutos y realistas que pueden ser”. No se trata pues de una cuestión sólo de inteligencia o conocimiento del mundo…
Tenemos la suerte de que niños que apenas llevan unos años entre nosotros, que aún tan sólo por el breve lapso de tiempo no han logrado alcanzar la sabiduría, son capaces de ofrecernos una obra de arte, de crear, a partir de aquello que de alguna manera han sabido “recibir” o detectar sin más en su interior, mientras que, visitando algunas ferias consagradas, nos preguntamos con frecuencia si el extintor descolgado que aparece ante nosotros no será otra de esas llamadas “obras de arte” que casi desarmamos al tropezar tan sólo unos pasos atrás.
Citando el texto de una referencia ineludible para el amante del arte “De lo espiritual en el arte” escrito por Vasili Kandinsky, “La verdadera obra de arte nace misteriosamente del artista por vía mística. Separada de él, adquiere vida propia, se convierte en una personalidad, un sujeto independiente que respira individualmente y que tiene una vida material real”, intuimos que la obra de arte realmente valiosa, tiene una vida interior preciosa. Todas las obras de arte la tienen pero, al igual que los seres humanos, está más o menos desarrollada, se muestra más o menos accesible y debemos elegir si queremos conmovernos por ella o no.
Las personas con Altas Capacidades, aquellas con una sensibilidad extraordinaria, sienten reciprocidad con las más grandes obras de arte. Gracias a estas personas, el arte aparece revitalizado, la capacidad intrínseca de ambos para detentar la potencialidad de la perfección, favorece que la obra de arte y ellas establezcan un diálogo de entendimiento, de comprensión pocas veces experimentada entre humanos.